El despertador sonó asquerosamente mal a eso de las tres de la mañana. Me levanté y metí todos los trastos en la mochila: dos sprays azules, la plantilla enrollada y lo poco que me quedaba de orgullo. Desperté a Denis, el perfecto cómplice para este tipo de movidas, y nos reimos por lo que estábamos a punto de hacer.

Todo empezó una semana antes. O mejor, hace como que muchos años. Casi que ni recuerdo cuándo fué el principio, siempre sentí un ímpetu hacia sus ojos azules, hacia esa mirada cansada y aunque suene un poco fetichista, también sentía un ímpetu hacia su olor, o aroma, que suena mejor, llámalo como quieras. Imagino que era en sí su presencia. No sé. A mi me gustaba Paz, o al menos la imagen que tenía de ella, que es lo mismo, mi probada inutilidad de distinguir una cosa de la otra me impedía ver a Paz como es en realidad. El caso es que poco importa. La realidad es una cosa que gente idiotizada medio enamorada se empeña en no ver.

Por decirlo de una forma suave soy una persona insistente. Digamos que veo las cosas de una manera concreta y bastante limitada, y cuando algo se me cruza, sólo puede ir bien o mal. Derecha o izquierda, arriba o abajo, blanco o negro. Ya sé que tengo problemas de lateralidad, y lo de izquierda/derecha no ha sido el mejor ejemplo, pero se entiende. Con Paz tenia un empacho de grises. El estar siempre cerca, me fué cogiendo poco a poco, enredándome yo solo por supuesto, y había pasado unos cuantos años enamorándome a trozos de pequeños detalles que luego olvidaba. Puede que un día estuvieramos en la playa, y ella girara la cara mirando hacia el mar mientras el viento le movía el pelo, entonces yo captaba el momento y mierda: me enamoraba de ella en ese momento y durante la eternidad que duraba ese pequeño instante. Luego se me pasaba, pero era algo que siempre estaba allí. Yo siempre era susceptible de captar instantes en los que ella era la protagonista, y aquello no era sensato ni nada remotamente parecido. Así que en un alarde de originalidad intenté invitarla a cenar para decírselo de manera más o menos elegante. Algo suave tipo: Te quiero, ¿me pasas las servilletas? Funcionaría fijo.

Imagino que ella, con una capacidad de deducción que en mucho supera la mía, habría sospechado mis intenciones y durante algo así como un año me esquivó bastante completamente. Nunca fuimos a cenar, pero a mi cada vez me gustaba más y hallábame yo en una disyuntiva: me gustaba y no lograba decírselo. Ya sé que era ligeramente sospechosa la coincidencia de visitas familiares y dentistas que se concentraban en los días que le decía de quedar, pero mi mente buscaba mil formas de adornar ese hecho tan objetivo. Ella no quiere quedar. Más claro el agua. Y yo lo sabía. Tendría que haber tenido un poco de orgullo de hombre, un atisbo de dignidad de macho o algo así. Pero eso no me encajaba en esta cabecita mía, y tenía que hablar con ella, dialogar y liberarme de una vez por todas de la imagen que tenía de nosotros. Nada me importaba más que la realidad. Y realmente la realidad ya la podía haber deducido por las muchas pistas que tenía. Pero vaya, yo quería hacer algo espectacular, quería hacer el último esfuerzo antes de ver lo que había en verdad, correr el último sprint en una carrera que tenía perdida de antemano. Representaba hacer algo que no haría de otra forma y era totalmente contradictorio: por una parte quería ver la realidad, que en gran parte ya había visto, y por otra parte quería hacer algo espectacular que pudiera variar esa visión. Nunca se me pasó por la cabeza la idea de que para ella, yo tuviera un atractivo similar al que podría tener un florero o una raqueta de ping pong. Cosas que pasan, supongo.

Así que cogimos la moto y fui con el Denis al lío. Para más inri, ella vive a 30 metros de los Mossos d’Escuadra y las patrullas son bastante frecuentes. Sólo llegar, pasó un coche de la policía. Cuando se fué empezamos a sacar los trastos de la mochila y preparar al asunto con los sprays. De pronto el Denis empezó a hacerme señas que plegara y tuve que recoger los trastos a toda ostia, tirándolo todo debajo de un coche. Aunque no tenía cigarro alguno, me apoyé haciendo ver que fumaba. Suerte que no me dió por explotar mis dotes interpretativas y hacer ver que paseaba al perro invisible. Cuando se fueron, esperé un par de minutos y volví a montar el tinglado. Después de pasarle el spray, aparté la plantilla y vi lo perfecto que había quedado el asunto. Me reconozco perfeccionista, pero aquello era una jodida obra de arte y yo un puto artista. En ese momento me sentí bastante malote con los sprays y tal.

El plan era simple pero todo se jodió un poco. Le envié unas flores a su casa con una nota que decía: «Cuando mi voz calle con la muerte» y otra nota más pequeña que decía que mirara por el balcón, donde al asomarse leeria pintada en la calzada la frase: «mi corazón te seguirá hablando». Todo muy romántico ya ves. Luego quería llamarla, y decirle de nuevo de cenar o algo así, poner la mejilla y cerrar los ojos para recibir la ostia. Me daba igual que me mandara a la mierda, pero si lo hacía, que lo hiciera con todas las letras. Sobretodo no quería incertidumbre. Aquello de que llevara casi un año dicíendole periódicamente de quedar o algo, podía haber sido perfectamente provocado por un poco de mala suerte. A quien no le ha pasado alguna vez.

Al final, a la hora de la verdad, hubo un pequeño problema con la entrega de las flores, y luego ella se enfadó por motivos que aún no entiendo por el asunto de la pintada, lo que me retuvo un poco de comentarle que era yo el pequeño e inofensivo psicópata que la acosaba.

Finalmente  y como el lector más cínico habrá podido suponer, tampoco fuimos a cenar. Y me da la ligera impresión de que no iremos nunca. Y nunca para mi es prácticamente nunca. Las historias de amor unidireccional acaban así, por no haber, no ha habido ni drama y lo peor es que nunca lo hubo. Cosas que pasan, supongo.

Pero vaya, ahora estoy pensándolo mejor y no sé, puede que no viera bien la pintada o algo, no?

Tal vez en otro color…

 

Aquí la foto de la obra.

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Un comentario en “El amor que no.

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