Que bonito nombre tienes

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En la exposición buscaba una cara familiar. Entre las fotos de Capa buscaba una que me recordara quien soy, de dónde vengo. Una cara que me recordase en algún rasgo la mía. La guerra siempre me ha parecido algo estúpido, pero conecto rápidamente con los conflictos. Me siento triste, rabioso, perdido…

Entre las fotos de Taro parecía que la guerra fuera menos guerra, que había más sonrisas, más humanidad. El ser humano aún y en el caos más absoluto es capaz de sonreír y ella estaba allí para inmortalizarlo. Si le sonreían al hacer la foto, es que ella les sonreiría también. Sonreir sin lágrimas ni quejas entre destrucción y muerte. Con dos cojones. En momentos era yo la mujer que caminaba hacia Francia, el niño huérfano y el soldado muerto. El pasado me atrapaba por momentos y aquello que no he vivido me envolvía, rodeado de los recuerdos de otras personas.

Capa marcaba los contornos, reduciendo los límites a la mínima expresion, mientras Taro era como una pincelada de color en un mundo en blanco y negro bastante cruel.

———————–

Juntos eran mucho más que dos. Pero Taro se fué y yo me quedé solo, fumando esta mierda de tabaco que ya no sabe igual sin tus besos. Buscando en otras guerras tus labios, perdiendo en otros brazos tu recuerdo. Ya no sé si en realidad te quise, si conseguí ser para tí, todo lo que en mis recuerdos sigues siendo para mí.

Adiós. Triste palabra que ni siquiera pudimos decirnos. Y ahora que ya no te veo, cuando ya no recuerdo tu cara y no sé ni quien eras, me doy cuenta que tampoco sé quién soy yo. Yo era uno, que partido y roto siguió haciendo lo único que sabía hacer aunque ya no tuviera tanta gracia.

Gerda, ¿podrás reconocerme cuándo volvamos a vernos?

Gorrión.

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A mediados de diciembre hacía un frío del carajo. Volvía de la piscina por la mañana temprano cuando me paré en el semáforo. Como iba con la bici, froté las manos una con la otra soplándolas para darles algo de calor y acabé frotando dos trozos de madera ajenos a mi mismo. Parecía que pudieran romperse como si fueran de cáscara de huevo. La cosa es que mientras esperaba llegó al semáforo una chica y dubitativamente se puso a cruzar la calle, cuando iba por la mitad, el semáforo se empezó a poner en rojo y dudó sobre si seguir o dar la vuelta, dando un ligero traspiés. Paró un momento en medio pensando que hacer, para de pronto empezar a correr hasta el final del paso de cebra, cruzando la calzada como un gorrioncillo que pica una miga de pan.

Inexplicablemente, aquello me hizo entrar hambre y paré en el primer bar, bocadillo de jamón con un quinto. No entiendo muy bien porqué, pero aquella chica y sus dudas se quedaron impresas en mi memoria con todos los detalles. Revivía el momento con sólo pensar en ello, y aunque fuera cosa de pocos segundos, podía verlo en cámara lenta, fotograma a fotograma.

La volví a ver venir, despreocupada, dirigiéndose hacia el semáforo. He dicho chica, pero en realidad estaba a caballo entre chica y niña, más tirando a niña que a mujer, en esos años intermedios difíciles de ubicar. Imagino que rondaría los 12 o 13. Era alta y se movía con poco garbo, como si no tuviera las medidas de su cuerpo bien cogidas. Apuntaba formas de mujer anque no era nada femenina y tenía el pelo rizado y largo, de un castaño oscuro, sin un peinado complicado. Los ojos claros, con una mirada huidiza, se escondían tras unas gafas gruesas, feísimas, apoyadas en una nariz graciosa que señalaba arriba, abajo, derecha e izquerda. Los labios, con una media sonrisa esbozaban lo que podría ser una estudiada expresión de mujer fatal, que no acababa de cuajar en esa cara aún aniñada.

Caminaba a pasitos cortos para lo largas que tenía las piernas, apretando una carpeta contra el pecho. La ropa que llevaba dejaba era bastante aséptica, de mercadillo regateador, dejando ver el largo camino que aún le quedaba para lograr un estilo propio.

Y entonces me pregunté si sabría que iba a ser una mujer hermosa. Si detrás de esas dudas y esa extraña intelectualidad que emanaba, sabría encontrarse como mujer, como una tía buena que se pirrarían por tirarse muchos tíos. Si sería consciente de sus incipientes tetas, su culo, sus caderas, su sonrisa, sus ojos, sus labios, su sonrisa, su mirada, sus palabras y cómo le daba el sol por la ventana una mañana de enero, iban a ser amados por otra persona. O por muchas otras.

Seguro que no tenía ni idea.

Y en este estado de ociosidad que me encontraba, pensé, joder, si tengo hijas,¿sería consciente de que también serán mujeres deseadas, libres de hacer con su vida lo que quieran y sin necesidad de dar explicaciones a nadie?

En fin. Se me va la olla. Me acabé la cerveza mientra miraba de reojo a la camarera. Estaba buena. Pagué y salí apretándome la bufanda, cagándome en el viento que se me clavaba en las orejas.

Pienso demasiado.

Amanece

Amanece, allí fuera,
y desde detrás de los párpados, me observas.
Así, cualquiera,
sin susurros, sin palabras.
encuentra los motivos, las emociones, las causas.

Tengo libretas vacías
que decido llenar con nuestra historia.

Abres los ojos,
esos ojos turbios
de la poesía
que escribí cuando yo no era yo,
y cuando tu no eras tú,
ésos que no son éstos, que me miran ahora.

Aguanto la mirada,
hasta el punto de no poder,
no puedo,
tengo que besarte
los labios, el cuello, el alma.
Y lo que quieras.

Vuelvo a mirarte y quieres más.
Melosa, te arrimas,
tu cercanía resulta tan cálida!

Entonces, tu olor.
Tus rizos se entrelazan,
oliéndote,
me gustas cuando hueles a sexo,
cuando hueles a otoño,
cuando hueles a paz.

Estás desnuda,
como yo,
y la proximidad de dos cuerpos
calientes, jóvenes, cachondos, alegres, tersos,
provoca que quieran juntarse,
acercarse hasta que no se pueda
estar más cerca.

Tu mano me acaricia,
baja,
se vuelve oscura bajo la sábana,
y luminosa al tocar mi sexo.

Dejas de besarme en los labios,
y por el cuello, el pecho, el ombligo,
tu aliento, tan cerca,
y tus labios rodeándome.

Juegas con él, y yo en la superfície,
muero un poco.
Lentamente, estoy dentro de tí,
lentamente, estoy fuera de mí.

Aguantamos un poco la tensión,
y el arco se tensa,
voy a correrme dentro.
Agarro las sábanas,
te araño,
estoy diluyéndome y al fin,
no hay marcha atrás.
No hay nada.
Grito y no me importa que me oigan.

Me besas. Me abrazas.
Poco a poco, vuelves a mis labios,
y tu desnudez me abriga de nuevo.

Me miras.

La otra. Bella ciao.

claudia_crobatia_4Casi siempre escribo sobre mujeres por aquí. Las primeras veces que escribí sobre el tema lo hacía de una forma más poética, como muy literario todo, y la última vez ya hablé de fluidos y esas cosas, con lo que creo que hay un amplio abanico sobre el asunto. Todo lo que pueda escribir a partir de ahora serán variaciones sobre el mismo tema. Escribo sobre muchas más cosas en la intimidad, pero por alguna razón solo me gusta «publicar» estas mierdas por aquí.

Antes ponía mi nombre y quería que lo leyera mucha gente, y ahora prefiero que no sepan quien soy. Prefiero evitar en la medida de lo posible que un día venga alguien del curro y me diga: – Oye, estuvimos leyendo lo que escribistes sobre esa tía que tampoco te tirastes. Todo el departamento se meaba. Escribes con gracia pero así no vas a encontrar novia, hombre. Tienes que hacer esto y lo otro y tal pascual y aquello que yo no hice porque mi mujer fué directamente a por mi…

Hago las cosas a mi manera y la verdad es que me va con el culo pero no sé hacerlo de otra forma. Siempre he pensado que habrá una mujer en algún lugar, que vea como soy, con todo lo malo y lo bueno, me mire a los ojos y no diga nada. Que me acurruque con el alma y que se deje acurrucar. Después de todo, puede que sea un jodido romántico.

Estaba recordando el último mensaje que recibí. Decía:
– Tengo ganas de verte.
En realidad fué muy doloroso recibirlo. Hacía pocas horas que había decidido que no seguiría con aquello, y que aunque ahora pudiera doler, si esperaba más sería peor.

No es que no la quisiera, ni mucho menos, ni tampoco que no estuviera a gusto, ni que algo hubiera salido mal. Es difícil explicar algo irracional, pero en aquel momento todo encajó a la perfección. Yo quería a otra persona. Bueno, quería más a otra persona.

No quería a la mujer que se metía en mi ducha, a la que me hacía reír y que se reía de cualquier tontería que hiciera. Yo quería a la otra. A la mujer inexistente que me veía como una azada o un rastrillo. Siempre era la otra, y era doloroso por lo irracional. Me pasaba fines de semana follando sin descanso con una tía que me quería y yo quería a una que ni siquiera me miraba. Era algo muy cruel, pero era así y no podía hacer nada.

Cuando le dije que quería dejarlo fué como clavarle una rosa en el pecho. Se puso a llorar y yo me quedé al lado como un completo imbécil. Fuimos a sentarnos en un banco del parque y le empecé a explicar como pude la situación. Habíamos pasado una corta temporada a gusto, pero a partir de entonces, sabía que no pasaríamos de allí. Ya estábamos en lo máximo que podíamos aspirar juntos, y para mí no iba a ser suficiente. Con ella había conseguido olvidar a la otra, pero su recuerdo estaba volviendo con fuerza y sencillamente no podía estar con ella pensando en otra. Era una putada verla así, así que la abracé y le di un beso en los labios lo mejor que pude, como si así pudiera absorver parte de su dolor. Me devolvió el beso y acabamos metiéndonos mano allí mismo.

Sería la última vez.

La acompañé a su casa de la mano y le dije adiós. Antes de soltarnos la atraje con fuerza y volví a besarla. Era el beso del adiós definitivo. Esperé a que entrara en su casa y me fui.

Por el camino de vuelta, me pararon los mossos de paisano preguntándome qué me pasaba y si estaba bien. Lo que faltaba. Estaba hecho mierda pero sabía/creía haber hecho bien así que les dije que era un tema de amores y me dejaron en paz.

Pasó un año rápidamente y cuando llegó el verano de nuevo, decidí arrinconar el miedo al rechazo que me provocaba la mujer que no me miraba y decidí fracasar a lo grande. La derrota estaba servida pero no me importaba. Cansado estaba del tablero de ajedrez con todas las casillas grises. Las casillas eran blancas y negras, siempre fueron así aunque me empeñara en verlas todas iguales. El peón se armó de valor y se ilusionó con tirarse a la reina.

La ambigüedad no da la libertad y estaba harto de sentirme esclavo, así que me metí en el papel del Quijote para matar a un molino de viento. Le mandé unas flores con una nota que decía: «Cuando mi voz calle con la muerte» y luego en la calzada de delante de su casa, «mi corazón te seguirá hablando» pintado con spray en unos 3×5 metros de área. Muy de zumbado con baja autoestima.

Ella lo leyó, imagino que sintió lástima de alguna manera y me dio las gracias. Las gracias como se le dan al vecino que te abre la puerta del ascensor, vaya. Comprendí de una vez por todas que para ella no tenía ningún atractivo y que desde luego, esa declaración tan psicópata no había ayudado mucho a que me viera como el hombre de su vida.

Ahora ha pasado otro año. Joder, acabo de darme cuenta que justo hace un año de toda la movida de la pintada. Cómo cambian las cosas. En perspectiva, no me arrepiento de nada. Puede que haya hecho cosas ridículas, pero tengo una especie de orgullo de haberlas hecho: poca gente es tan imbécil y la exclusividad mola. Recuerdo con cariño este peón que no tenía ni puta idea de que color era ni dónde tenía que ir y ahora veo que he mejorado. Ahora sé porqué hago las cosas, que tipo de mujer quiero y estoy más seguro de todo. Ya veo los cuadros de dos colores y sé dónde tengo que ir. En realidad, sigo sin comerme un rosco, pero no me importa tanto como antes porque ahora sé que en algún sitio hay una chica morena, con gafas de pasta y que huele a mar que me espera. O eso dicen.

La felicidad es

La felicidad es, por tanto, la que está conforme con su naturaleza; lo cual no puede suceder más que si, primero, el alma está sana y en constante posesión de su salud; en segundo lugar, si es enérgica y ardiente, magnánima y paciente, adaptable a las circunstancias, cuidadosa sin angustia de su cuerpo y de lo que le pertenece, atenta a las demás cosas que sirven para la vida, sin admirarse de ninguna; si usa de los dones de la fortuna, sin ser esclava de ellos. 

 

Séneca (4 a.C -65 d.C)

Los follamigos infollables

Hace unos cuantos años que la conozco, y cuando la conocí, ya sabía que acabaríamos follando. Puede que ella también.

Supongo que son cosas que se saben a primera vista. Yo la verdad es que casi nunca acierto y he pensado que me tiraría a muchas tías con las que sólo he compartido un café, pero alguna vez tenía que pasar. Ella nunca me gustó en el sentido de que fuera la persona con quien formar una familia y tener descendencia para perpetuar la especie, pero estaba buena, tenía conversación y era graciosa. A veces no hace falta más.

Hablábamos mucho de sexo, de experiencias que habíamos tenido, de cagadas en la cama, de cosas que nos gustaban, de cosas que no. A veces mirábamos porno juntos comentando las jugadas sexuales, y era bastante didáctico:

– Oye, el molinillo ése que hace con la lengua el chuloputas éste, no pone nada. Tienes que ir más lento y con el reverso de la lengua ir presionando…

Hay que ver cuánto daño hace el porno. Yo diría que cinematográficamente hablando, las dos cosas que más daño han hecho a las relaciones entre hombres y mujeres han sido las películas de Disney y el porno.

Total, que tanto hablar de sexo provocó que irremediablemente nuestras pelvis quisieran unirse al son de cachaplás cachaplás. Nuestra primera experiencia sexual fue un chasco. Fuimos a cenar a la playa, y cuando acabamos empezamos a enrollarnos. Reconozco que soy un puto desastre con los primeros besos, y esta vez no fué una excepción, la diferencia fundamental fue que ella se burló de mi diciéndome que no la llenara tanto de babas. Una cachonda oyes. Yo no estaba muy tranquilo por que había movimento humano en la playa, pasaba gente ofreciendo birra, había un grupito charlando cerca, algún pescador…para follar allí lo mejor sería hacerlo in-vitro, pero estábamos poniéndonos burrotes y le empecé a meter mano. Ella reaccionó metiéndome mano también y mi pobre pene estornudó. Digo estornudó porque fué lo más parecido, aquello no llegó ni a eyaculación precoz. Eso me hizo sentir un poco como un gilipollas, como el típico pobre imbécil que aplaude antes de tiempo en una obra de teatro. Y ahí estaba yo, pegando los morros a una tía que había abierto desmesuradamente los ojos, sin entender que había pasado ahí abajo. Diría que hasta las olas dejaron de hacer ruido, y el grupito que hablaba cerca, me miraba, y los lateros, se descojonaban en algún sitio. Fijo. Evité hacer el típico comentario de que era la primera vez que me pasaba, cosa que tampoco era cierta, y le dije que tanto público me había afectado en lo púbico. Intenté que por lo menos ella lo pasara bien, pero aquello estaba más seco que el ojo de un tuerto y estábamos en una postura incómoda. Además era obvio lo que estábamos haciendo, y si era obvio para nosotros lo era para todo el mundo, ¿quien puede correrse con tantos ojos y orejas acechando en la oscuridad? Dejé de intentarlo y creo que lo agradeció.

Me tumbé a mirar las estrellas. Siempre han tenido sobre mí un poder intenso, y aunque no me sé los nombres de ninguna suelo reconocerlas al verlas. Lástima que aquello fuera Barcelona y no se viera ni una mierda en el cielo. Ella se giró hacia mi y me preguntó que ahora qué. Imagino que como media playa ella también se había quedado con ganas de más, pero no me apetecía recibir y dar una paja mal hecha y ni recuerdo que le dije. Estuvimos un rato más y luego nos fuimos.

Pasamos semanas haciendo cachondeo con la sexperiencia cutresca, y un buen dia, decidimos que ya teníamos una edad y que echar un polvo conejero en cualquier sitio no era algo muy erótico, con lo que decimos ir a un hotel, con su bañera, su cama grande y sus infinitas posibilidades. Bueno, infinitas tampoco, no vacilaremos de acrobacias sexuales que tampoco hay mucho de que vacilar.

Nos enviamos mails bastante cerdos con las cosas que nos íbamos a hacer, y tenían su punto, porque estábamos proyectando un megapolvo y lo último que nos llevamos fué un poco de arena en el culo y un montón de babas por toda la cara. El sexo es ciego, que dicen, y cuando no ves, todo es posible.

Estábamos casi reservando hotel, pero entonces vino el pero. Después de la última semana, en la que me había sentido tan solo, me pregunté si ella también se sentiría así y estuvimos hablando sobre la soledad. Obvio también se sentía sola en ocasiones, joder, como todo el mundo, y como yo, solo quería un poco de pumpum con alguien para llenar ese vacío. En su caso literalmente. Digamos que utilizaríamos el sexo para no sentir el dolor de que estábamos más solos que la una, ahogando entre orgasmos nuestra propia soledad. Y eso así dicho es profundamente antierótico.

Sinceramente, somos un poco raritos.

Lleida

Me sentia solo. No solo en plan nadie me quiere ni así, muchos amigos y amigas me querían y a su vez yo los quería a ellos. Sin embargo, el hecho de no tener pareja durante tanto tiempo se me hizo cuesta arriba aquella semana. Realmente me sentía solo y eso me hacía estar amargado.

Así que me planté, y decidí que tenía que hacer algo. En realidad no importaba el qué ni el cómo, tan solo el cuándo. Y ahora era la respuesta. Iría a Lleida, hacia Àger, donde tan poco importaban los problemas, a esa tierra que sabía como cuidarme, donde yo podía dejarme cuidar. El sábado me levanté pronto y encontré a mi hermano con la chaqueta y el casco preparado:

– Vengo contigo.

Cogimos las motos y de una sentada nos pegamos 400 kilómetros. Sabía que era una huida y que no llegaría a ningún sitio donde estuviera libre de mis propios fantasmas, pero merecía intentarlo. Enlázabamos curvas de 60 a 120, acercando nuestros corazones al asfalto y nuestras mentes hacia ningún sitio. Todo pierde el significado cuando sólo importa el ahora, cuando la mente está únicamente centrada en el presente. A 150 km/h si te despistas un momento puede que no lo cuentes, y es detalle te obliga a estar atento. Hay que acelerar lo suficiente y frenar lo justo, y no puedes permitirte distracciones. Ésa es la magia: el momento en el que no puedes hacer nada más que vivir, en el que todo lo demás es accesorio y superfluo.

Luego, lentamente llegaron mis montañas, como gigantes dormidas, con sus lagos y sus rios. Me tendieron sus brazos y yo me dejé abrazar. Dejamos las motos en la cuneta y nos asomamos a un mirador natural. Algo tendrá esta tierra que me hace renacer y me grita desde lo más hondo que todo está bien, dejándome sordo pero contento.

Yo lo entendí todo en Lleida. Otra vez.

Cuándo

Fluide comme l’eau, libre comme l’air
Comme l’éther, pur comme le feu et solide comme la terre…

Hay momentos en la vida, ligeros instantes en los que siento que soy capaz de cualquier cosa. Cualquier cosa, digo. Mi mente es como una flecha que se clava donde yo apunto, y mi cuerpo entero el arco que tensándose la lanza. Si no fuera por esos momentos me sentiría completamente inútil, con una vida vacía de significado, pero esos momentos, efímeros en la materia y perennes en el corazón, son los que dan sentido a esta existencia. Son los que dejan entrever que mi presencia en el mundo tiene un significado, y que puedo aprovechar bien la oportunidad de estar vivo. De esta forma, aspiro a que todos mis actos estén envueltos de utilidad, que cada instante de mi vida tenga una plenitud que vaya más allá, y que haya una trascendencia con la que puedan recordarme cuando ya no esté.

Así que es en esto en lo que quiero dedicar mi existencia, el sentido de mi vida, vaya. Y no es moco de pavo, eh!

El amor que no.

El despertador sonó asquerosamente mal a eso de las tres de la mañana. Me levanté y metí todos los trastos en la mochila: dos sprays azules, la plantilla enrollada y lo poco que me quedaba de orgullo. Desperté a Denis, el perfecto cómplice para este tipo de movidas, y nos reimos por lo que estábamos a punto de hacer.

Todo empezó una semana antes. O mejor, hace como que muchos años. Casi que ni recuerdo cuándo fué el principio, siempre sentí un ímpetu hacia sus ojos azules, hacia esa mirada cansada y aunque suene un poco fetichista, también sentía un ímpetu hacia su olor, o aroma, que suena mejor, llámalo como quieras. Imagino que era en sí su presencia. No sé. A mi me gustaba Paz, o al menos la imagen que tenía de ella, que es lo mismo, mi probada inutilidad de distinguir una cosa de la otra me impedía ver a Paz como es en realidad. El caso es que poco importa. La realidad es una cosa que gente idiotizada medio enamorada se empeña en no ver.

Por decirlo de una forma suave soy una persona insistente. Digamos que veo las cosas de una manera concreta y bastante limitada, y cuando algo se me cruza, sólo puede ir bien o mal. Derecha o izquierda, arriba o abajo, blanco o negro. Ya sé que tengo problemas de lateralidad, y lo de izquierda/derecha no ha sido el mejor ejemplo, pero se entiende. Con Paz tenia un empacho de grises. El estar siempre cerca, me fué cogiendo poco a poco, enredándome yo solo por supuesto, y había pasado unos cuantos años enamorándome a trozos de pequeños detalles que luego olvidaba. Puede que un día estuvieramos en la playa, y ella girara la cara mirando hacia el mar mientras el viento le movía el pelo, entonces yo captaba el momento y mierda: me enamoraba de ella en ese momento y durante la eternidad que duraba ese pequeño instante. Luego se me pasaba, pero era algo que siempre estaba allí. Yo siempre era susceptible de captar instantes en los que ella era la protagonista, y aquello no era sensato ni nada remotamente parecido. Así que en un alarde de originalidad intenté invitarla a cenar para decírselo de manera más o menos elegante. Algo suave tipo: Te quiero, ¿me pasas las servilletas? Funcionaría fijo.

Imagino que ella, con una capacidad de deducción que en mucho supera la mía, habría sospechado mis intenciones y durante algo así como un año me esquivó bastante completamente. Nunca fuimos a cenar, pero a mi cada vez me gustaba más y hallábame yo en una disyuntiva: me gustaba y no lograba decírselo. Ya sé que era ligeramente sospechosa la coincidencia de visitas familiares y dentistas que se concentraban en los días que le decía de quedar, pero mi mente buscaba mil formas de adornar ese hecho tan objetivo. Ella no quiere quedar. Más claro el agua. Y yo lo sabía. Tendría que haber tenido un poco de orgullo de hombre, un atisbo de dignidad de macho o algo así. Pero eso no me encajaba en esta cabecita mía, y tenía que hablar con ella, dialogar y liberarme de una vez por todas de la imagen que tenía de nosotros. Nada me importaba más que la realidad. Y realmente la realidad ya la podía haber deducido por las muchas pistas que tenía. Pero vaya, yo quería hacer algo espectacular, quería hacer el último esfuerzo antes de ver lo que había en verdad, correr el último sprint en una carrera que tenía perdida de antemano. Representaba hacer algo que no haría de otra forma y era totalmente contradictorio: por una parte quería ver la realidad, que en gran parte ya había visto, y por otra parte quería hacer algo espectacular que pudiera variar esa visión. Nunca se me pasó por la cabeza la idea de que para ella, yo tuviera un atractivo similar al que podría tener un florero o una raqueta de ping pong. Cosas que pasan, supongo.

Así que cogimos la moto y fui con el Denis al lío. Para más inri, ella vive a 30 metros de los Mossos d’Escuadra y las patrullas son bastante frecuentes. Sólo llegar, pasó un coche de la policía. Cuando se fué empezamos a sacar los trastos de la mochila y preparar al asunto con los sprays. De pronto el Denis empezó a hacerme señas que plegara y tuve que recoger los trastos a toda ostia, tirándolo todo debajo de un coche. Aunque no tenía cigarro alguno, me apoyé haciendo ver que fumaba. Suerte que no me dió por explotar mis dotes interpretativas y hacer ver que paseaba al perro invisible. Cuando se fueron, esperé un par de minutos y volví a montar el tinglado. Después de pasarle el spray, aparté la plantilla y vi lo perfecto que había quedado el asunto. Me reconozco perfeccionista, pero aquello era una jodida obra de arte y yo un puto artista. En ese momento me sentí bastante malote con los sprays y tal.

El plan era simple pero todo se jodió un poco. Le envié unas flores a su casa con una nota que decía: «Cuando mi voz calle con la muerte» y otra nota más pequeña que decía que mirara por el balcón, donde al asomarse leeria pintada en la calzada la frase: «mi corazón te seguirá hablando». Todo muy romántico ya ves. Luego quería llamarla, y decirle de nuevo de cenar o algo así, poner la mejilla y cerrar los ojos para recibir la ostia. Me daba igual que me mandara a la mierda, pero si lo hacía, que lo hiciera con todas las letras. Sobretodo no quería incertidumbre. Aquello de que llevara casi un año dicíendole periódicamente de quedar o algo, podía haber sido perfectamente provocado por un poco de mala suerte. A quien no le ha pasado alguna vez.

Al final, a la hora de la verdad, hubo un pequeño problema con la entrega de las flores, y luego ella se enfadó por motivos que aún no entiendo por el asunto de la pintada, lo que me retuvo un poco de comentarle que era yo el pequeño e inofensivo psicópata que la acosaba.

Finalmente  y como el lector más cínico habrá podido suponer, tampoco fuimos a cenar. Y me da la ligera impresión de que no iremos nunca. Y nunca para mi es prácticamente nunca. Las historias de amor unidireccional acaban así, por no haber, no ha habido ni drama y lo peor es que nunca lo hubo. Cosas que pasan, supongo.

Pero vaya, ahora estoy pensándolo mejor y no sé, puede que no viera bien la pintada o algo, no?

Tal vez en otro color…

 

Aquí la foto de la obra.